Un día inesperado todo cambió de la noche a la mañana. Katie miraba desde lo más alto de aquel edificio de 68 plantas, donde vivía hacía más de 3 años, y por su buen carácter y amabilidad, había conseguido una copia de las llaves de la azotea. Thomas, el viejo portero, era un encanto, y había accedido a darle una copia a Katie con la condición de que nunca jamás montase fiestas alli arriba ni compartiera el secreto con los demás vecinos. “Si acaso algún amigo o amiga especial” decía sonriendo.
Hasta la fecha, Katie siempre había subido alli más sola que la una.
Desde “su” azotea podía divisar los más altos edificios de la Gran Manzana: el Empire State Building, el Chrisler Building y el Rockefeller Center , y, por su fuera poco, un trocito de la bahía de Hudson y parte del barrio de Brooklyn.
Su edificio se encontraba entra la 75 con la 5ª.
Lo consiguió por pura casualidad, dando el pésame a un recién conocido compañero de trabajo, que había quedado viudo repentinamente y había decidido dejar su antiguo apartamento- demasiados recuerdos- para volverse a Illinois, con lo poco que le quedaba de familia. El tío Jeff sabría en qué emplearle- dijo aliviado el hombre entre lágrimas y suspiros sureños.
Katie, aprovechando la coyuntura y poniéndose colorada sin remedio- su vocecita interior le decía “mala persona, pensar en quedarte con el piso de este pobre hombre cuando acabademorirsuesposa-, pero dándole golpecitos en el hombro, le dijo con un hilo de voz… -sabe Pitt? Si yo pudiese quedarme en su apartamento, lo conservaría tal y como lo dejó su mujer… sería tan amable…? Está todo tan difícil en esta gran ciudad.. Compartir piso con dos estudiantes borrachos me está trayendo muchos problemas, sabe usted?…
La mujer de Pitt era alcóholica. Katie jugó sucio.
Pero consiguió el apartamento al precio de alquiler que pagaba Pitt a fines de los ochenta. ¡Un chollo!
Llevaba tres años en su pequeño apartamento, cuando, y como decía al principio, todo cambió de la noche a la mañana.
La noche del 25 de marzo para ser exactos, la mujer de Pitt, el antiguo inquilino, se le apareció saliendo de detrás de las cortinas.
“Tú quién eres y qué haces en mi casa? Donde está mi marido?”
La primera reacción de Katie, para su sorpresa fue la siguiente: levantarse del sofá como si su madre la hubiese pillado haciendo algo malo, señalar a la puerta y decir “¡¡Con el tío Jeff!! ¡Sabrá Dios en qué lo habrá empleado!”
Acto seguido, cogió la llave de la azotea. Y subió.
No podía respirar.